LUIS DIEGO
SEMBLANZA
DE UN NIÑO PURO Y BUENO QUE POR EL CAMINO DEL SUFRIMIENTO SUBIÓ AL
CIELO.
SU VIDA Y SU SACRIFICIO MOTIVO
LA FUNDACIÓN DE LA ASOCIACIÓN CARMELITANA TERESIANA DE LA DIVINA
MISERICORDIA.
ÉL
ES NUESTRO PEQUEÑO GRAN FUNDADOR
En
acatamiento a los Decretos del Papa Urbano VII y a los Decretos de la
Sagrada Congregación de los Ritos, se declara que a cuanto se expone en
la presente reseña biográfica no se da otra fe sino la que merecen los
testimonios humanos dignos de consideración y que no se pretende, en modo
alguno, prevenir el juicio de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica
y Romana.
Al escribir esta pequeña biografía, nos mueve sólo
el amor a la verdad; cumplir con una sana costumbre de vida en el
“Carmelo Teresiano” del que participamos espiritualmente y dar a
conocer por razones de justicia y necesidad, la vida de un pequeño gran
cristiano que motivó con su ejemplo y sacrificio, ofrecido por la salvación
de las almas y sobre todo de los sacerdotes, la fundación de nuestro
amada Asociación Carmelitana Teresiana de la Divina Misericordia.
Quienes realizamos este trabajo amamos mucho a
Luisito, pero declaramos con toda libertad la verdad de su vida, y estamos
seguros que diríamos las mismas cosas, si él no fuera de nuestra
familia.
Nuestra sola intención es dar Gloria a Dios por lo
que realiza en sus hijos en su infinito e insondable misterio de amor y de
misericordia.
Su
abuelo paterno: Francisco Dengo Bonilla
y
su tío el Padre Javier Francisco Dengo Esquivel
MARCO
BIOGRÁFICO
Luis
Diego, no es en el Cielo un “Angelito” como mucha gente acostumbra
llamar a los niños que mueren,
no, Luis Diego llegó
a tener la edad de un niño
totalmente consciente
|
e
inteligente,
responsable de sus actos, capaz
de tomar sus propias decisiones y
hacer que se las respetaran.
Quien
lo conoció de cerca y
quiera pensar con seriedad,
acepta que Luis Diego fue un niño normal, sí,
pero
con una clara predilección del Señor:
nació
en el mes de María y
después
de una vida marcada por el dolor,
de
una silenciosa entrega como víctima de amor,
y
habiendo cumplido plenamente con
la misión que el Señor le encomendó tomó
la mano de la Santísima Virgen
y
subió con ella al Cielo.
|
Luisito,
ofrezca su dolor por los sacerdotes
“SÍ"
Hijo
de Luis Eduardo Dengo Esquivel y de Tatiana González Vargas,
nació en el Hospital San Vicente de Paúl de Heredia, Costa Rica,
el día 4 de mayo de 1988 a las 11:50 de la mañana. En Dios no
existen las casualidades y no es casualidad alguna que haya nacido
en el mes de la Santísima Virgen María.
Fue bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima de
Heredia, el 10 de julio de ese mismo año, con el nombre de Luis
Melquisedec, sus padrinos fueron su tío el Presbítero Javier Francisco
Dengo Esquivel y su tía abuela Mireya Dengo Bonilla.
El 10 de Julio de 1990 se le diagnostica leucemia linfocítica
aguda, el caso más grave registrado hasta ese momento en el Hospital
Nacional de Niños.
Por resolución judicial del 11 de enero de 1991 en vista de la
disolución del matrimonio, queda bajo la patria potestad de su padre.
Por sentencia judicial del 13 de noviembre de 1992, quedó
legalmente adoptado por sus abuelos paternos, cambiándosele el nombre a
Luis Diego Dengo Esquivel.
El 6 de abril de 1997, después de cinco años de recuperación
total de la leucemia y a tres meses de que le dieran de alta en el
Hospital Nacional de Niños declarándolo curado, sufrió una recaída médicamente
considerada sumamente agresiva y por lo tanto, grave.
El 13 de agosto de 1997, en las vísperas de la Asunción de la
Santísima Virgen María en cuerpo y alma al Cielo, después de un
agobiante tratamiento de 4 meses y 7 días, a las 4:45 de la tarde, Luis
Diego se dejó llevar por la Virgen y entregó su alma pura al Señor a
los 9 años, 3 meses y 9 días de edad, en las salas de la sección de
Oncohematología del Hospital Nacional de Niños.
VIDA
MARCADA POR EL SUFRIMIENTO
Víctima
de una cruel enfermedad, sin
padre ni madre a tan tierna edad,
vivió su vida guardando en el silencio de
su infantil intimidad y
con admirable heroicidad los
efectos de tanto dolor.
Nunca
perdió su alegría y siempre respondía:
“DIOS SE LO PAGUE”.
A
partir de aquel 10 de Julio de 1990, fecha de su primer ingreso al
Hospital Nacional de Niños, la cruz del sufrimiento comienza a pesar
fuertemente en la vida de Luis Diego o Luisito como cariñosamente se le
llama.
Los dos años de consecutivo tratamiento a que fue sometido, con
las periódicas sesiones de quimioterapia y la intensa dosificación de
los derivados de la cortisona, resultaron sumamente agobiantes para este
niño, no obstante los eficaces resultados obtenidos. Sin embargo, con cuánta
docilidad, sin queja ni llanto, se levantaba de madrugada para ir con su
papá a las sesiones periódicas de quimioterapia. Con cuánta entereza
entraba al laboratorio para que le extrajeran sangre. Con cuánta valentía,
entre sollozos, colaboraba
con los médicos para tomar la posición correcta y el adecuado ritmo
respiratorio en el momento de las punciones lumbares y medulares óseas.
Los médicos siempre alabaron su actitud no obstante que toda su fortaleza
se derrumbaba cuando tenían que tomarle la vía venosa para las
transfusiones.
La ingestión de las amargas y numerosas pastillas de dexametasona
disueltas en agua, tres veces al día por muchos meses, fue experiencia
verdaderamente triste para Luisito, sin embargo, no tardó mucho tiempo
para que él aceptara aquello con sumisión, sin llantos y tan solo con el
gesto propio que le producía el amargor de aquella medicina, causante,
además, de la hinchazón de su cuerpo, un motivo más de aflicción.
Por la gracia de Dios y la ayuda de la Santísima Virgen de
Guadalupe, Luis Diego recuperó
su estado normal de salud y al cabo de dos años se le suspendió
totalmente el tratamiento, quedando tan solo en un proceso de observación
periódica por cinco años.
Pero la cadena de sufrimientos apenas se iniciaba. A los tres meses
del diagnóstico de la leucemia, su madre lo abandonó, quedando a cargo
de su papá y de los padres y una hermana de éste. Gracias a la solicitud
de los cuidados y al amor que le brindaron estas cuatro personas, el niño
contó con el ambiente psicológico apropiado para superar su enfermedad.
Para su padre el niño era todo en su vida y se dedicó exclusivamente a
él en cuerpo y alma.
Recuperada su salud, Luis Diego comenzó a desenvolverse
normalmente en la vida. Se divertía como cualquier niño de su edad,
asistió al kinder y a la preparatoria e ingresó a la educación primaria
en la Escuela Bilingüe del Monte, en donde se ganó el cariño y la
admiración de sus maestros y compañeros por su dedicación en el estudio
y su manera de ser tan llena de dulzura y bondad. Podía decirse que en
esos tres años después de la suspensión del tratamiento, Luisito era un
niño muy feliz, íntimamente ligado a su papá y a su tía Inés María,
a quien la consideraba su mamá y la llamaba “mamita”.
Pero la cruz del sufrimiento pendía sobre él. El 30 de diciembre
de 1994 su papá fue operado de un tumor canceroso en el cerebro y a
los nueve meses después murió, cuando su hijo apenas tenía siete
años de edad.
Sin padre ni madre a tan tierna edad, tan solo con el amor y los
abnegados desvelos de su tía Inés y de sus abuelos, continuó su vida
guardando en el silencio de su infantil intimidad los efectos de tanto
sufrimiento. Con ilusión asistía a las sesiones sabatinas del Catecismo,
pues anhelaba tener el Primer Encuentro con Jesús Eucaristía programado
para el mes de noviembre de 1997. Ya el sábado 9 de noviembre de 1996 había
recibido el sacramento de la Reconciliación de rodillas ante el Pbro.
Jorge Calvo Robles, cura párroco de la Inmaculada Concepción de Heredia.
Con motivo de un viaje que realizó con su “mamita” y sus
abuelos a Estados Unidos de Norteamérica, en Diciembre de 1996 se le
practicaron todos los análisis clínicos del caso, resultando estar en
perfecto estado de salud. Pero, en el mes de abril siguiente, cuando con
alegría apenas iniciaba su tercer grado y todo en la vida parecía sonreírle,
la leucemia volvió para doblegarlo fatalmente.
|
A partir de ese momento se reinició de manera mucho más aguda el
sufrimiento para este niño, ahora con un tratamiento más intenso y
doloroso. Los internamientos eran más frecuentes y prolongados: nueve
internamientos de cinco días cada uno. Las quimioterapias sumamente
fuertes y la ingestión de cortisona desesperadamente grande: 18 tabletas
tres veces al día.
|
|
Ante un tratamiento de esta intensidad y
naturaleza,pronto el organismo de Luisito comenzó a ceder, principalmente en su sistema
inmunológico, al debilitarse sus defensas como consecuencia, además de
los internamientos programados, hubo que internársele tres veces más por
el padecimiento de graves infecciones intestinales y bucales. En cada uno
de estos internamientos le suspendían totalmente la comida por diez y más
días. En el último de estos
internamientos y cuando tan solo había cumplido el quinto de los nueve
programados, Luis Diego murió de un derrame cerebral, consecuencia de la
leucemia.
|
VIDA
ANEGADA POR LA PUREZA BAUTISMAL
Luis
Diego no perdió en sus casi diez años
la gracia de su bautismo.
Decime
Luisito,
en este momento ¿Adónde más te gustaría estar?
“EN LOS BRAZOS DE JESÚS”.
En el siguiente internamiento Jesús,
su amigo,
lo tomó en sus brazos.
En
sus nueve años y tres meses, Luis Diego no perdió la gracia de
su bautismo.
En su mirada, en sus gestos, en sus palabras y en sus actos
resplandecía su inocencia, su pureza, y a todas las personas que
lo trataban las impregnaba con la bondad de su corazón,
cualidades materializadas en su característica sonrisa.
Fiel garante de su pureza bautismal lo es su abuelo paterno, quien
fue, después de la muerte de su padre, su más íntimo confidente. Este
abuelo fue su catequista doméstico y le correspondió prepararlo para su
primera confesión y afirma que tal como había sido su vida, sin malicia,
sin pecado, así de puro llegó a los pies de su confesor: inocente, lleno
de su gracia bautismal. Y a manera de corroboración de lo antes dicho,
cuenta que tiempo después de su confesión, una noche luego de haber
rezado con Luisito las oraciones antes de dormir, el niño comenzó a
llorar con desconsuelo y al preguntarle a qué se debía aquel llanto,
entre sollozos respondió: “maté una hormiga y debo ir a confesarme”.
Gracias a la manera empleada por su abuelo en su catequesis de más
de dos años, Luis Diego tenía concepto claro de la Santísima Trinidad
como Dios uno y trino y distinguía claramente que el Padre es el Dios
Bondadoso, que nos ama y nos cuida como un verdadero papá; que Jesucristo
es su Hijo y por lo tanto nuestro hermano y amigo y por amor murió por
nosotros para salvarnos y que el Espíritu Santo es Dios, enviado por
Jesucristo para que more en nosotros, nos ayude, defienda y consuele.
Precisamente murió cuando se le daba la catequesis del Espíritu Santo.
La
siguiente anécdota confirma lo anterior: estando acompañado por su
abuela en el hospital, llegó una dama voluntaria a contarle un cuento y
terminado este la dama de pronto le preguntó: “Decime Luisito, en este
momento ¿Adónde más te
gustaría estar?” Y la sorprendente respuesta que dio fue: “en los
brazos de Jesús”. En el siguiente internamiento Jesús, su amigo, lo
tomó en sus brazos.
VIDA
DE SUFRIMIENTO REDENTOR
Luisito, ofrezca sus dolores y sufrimientos por la salvación
de las almas.
“SÍ, TITO, LO OFREZCO”.
“¿QUIÉN SABE CUÁNTAS
ALMITAS HE PODIDO AYUDAR HOY?”.
Al
presentarse la recaída, con mucha prudencia y sutileza el abuelo preparó
a Luisito para que su sufrimiento fuera redentor. Sabiendo lo que el nieto
iba a padecer y sufrir y deseando que aquel sufrimiento fuera útil, le
hizo comprender que muchas personas se libran de ir al infierno si se
ofrecen nuestros sufrimientos a Jesucristo Crucificado por ellas. Por esta
razón, cada vez que se internaba el abuelo le recordaba aquello y él
respondía: “Sí, Tito, lo ofrezco”. De esta manera, el dolor de las
punciones lumbares y óseas y de las tomas de vía venosas; el sufrimiento
de pasar días y días sin probar bocado, siendo él tan comilón y todas
las angustias vividas durante su enfermedad, tuvieron el sagrado carácter
de ofrenda a Dios y su misterioso y eficaz efecto redentor. Un día después
de haber sufrido mucho le dijo a su abuelo: “Tito, ¡quién sabe cuantas
almitas he podido ayudar hoy!”.
Su
tío el sacerdote, al igual que su abuelo, siempre que lo visitaba le
insistía en que ofreciera su sufrimiento por los sacerdotes a lo que
respondía afirmativamente y con gran paz. En la última visita que le
hizo el padre Javier a su casa lo llevaron a internar al hospital, en un
momento el Padre aprovechó para recordarle su ofrecimiento por los
sacerdotes, él con grandes lagrimas en los ojos respondió con su “Sí”
y abrazando al tío con el más grande y tierno de los abrazos, se entregó
por entero a su obra misionera en favor de las almas y sobre todo de
sacerdotes; fue la última vez que el Padre lo vio.
Digno de consignar es lo siguiente: cada vez que los médicos
terminaban de practicarle algún doloroso tratamiento, Luisito, consciente
del beneficio que trataban de procurarle, siempre les decía: “doctor,
que Dios se lo pague”, con lo cual, tanto los médicos como las
enfermeras, no podían retener las lágrimas que brotaban de sus ojos.
Esta cristiana forma de agradecer le fue inculcada desde muy pequeño por
su abuela paterna.
Cada
vez que se le internaba en el hospital, su abuela tenía que llevar
consigo un cancionero mariano, pues constantemente le pedía que le
cantara canciones de la Virgen María, a quien él amaba mucho
VIDA
DE SILENCIOSA ACEPTACIÓN:
Aprendió
a amar a
la Santísima Virgen María
como a su verdadera Mamá, desde
muy chiquito él vivía con ella y ella con él.
No cabe ninguna duda que ella le
enseñó a guardar el dolor en
el silencio de su tierno corazón, y desde allí, ofrecerlo en acto redentor.
Una
característica muy importante de la personalidad de Luisito lo
fue la forma silenciosa y tranquila con que supo aceptar los
grandes y graves acontecimientos que se presentaron en su vida.
Luisito fue un niño muy inteligente, su familia le supo anunciar a
Jesucristo, le supo catequizar y él se dejó impregnar totalmente de las
Verdades Eternas, viviendo de ellas hasta el final. Su amor a la Santísima
Virgen fue inmenso, Sus seres queridos le presentaron a la Madre Santísima
como su verdadera Mamá, desde chiquito él vivía con ella y ella con él.
No cabe ninguna duda de que esa santa compañía fue clave para que
viviera una vida tan intensa y con tanto heroísmo.
Era sumamente sensible y emotivo, capaz de llorar por haber matado
a una pequeña hormiga y de emocionarse ante la escena de una película
como la del dinosaurio “Piecito” y sin embargo supo enfrentar hasta
con aparente serenidad la ida de su madre y la muerte de su padre.
Cuando su madre se fue de su lado en ningún momento preguntó dónde
estaba ni porqué se había ido y esta silenciosa actitud la mantuvo
durante el resto de su vida en esta tierra. Durante la enfermedad de su
papá comprendió que se iría a morir y esto bastó para que así lo
aceptara, en el silencio de su intimidad con el Crucificado y con la Madre
Dolorosa.
Fue un niño de gran poder reflexivo y de enorme control de sus
emociones, lo que le permitió vivir con alegría cuando le fue posible y
sufrir hasta lo indecible con valentía y entrega.
Desde el Cielo él nos mira y sonríe lleno de alegría por haberle
dado a Dios la gracia de vivir de manera tan especial; edificante para
nosotros y benéfica para quienes necesitaron su sufrimiento inocente y
redentor.
Su silenciosa aceptación de la voluntad de Dios hoy se ha trocado
en la más feliz y celestial alabanza a Dios Trino que lo tiene en sus
brazos.
EL
“MILAGRO” DE LA VIRGEN DE GUADALUPE
La
vida de Luisito no se puede entender sin la presencia de la Santísima
Virgen de Guadalupe.
Ella
fue su fiel compañera de viaje hacia el Cielo.
“TITA, CANTE LAS CANCIONES
DE LA VIRGENCITA”
Al
día siguiente de la primera vez que se le diagnosticó la leucemia, su tío,
el Padre Javier, salía hacia México por un mes a recibir un curso de
misionología. La primera reacción del Padre fue suspender el viaje ya
que los médicos creían que el niño no iba a resistir ni los primeros
quince días de tratamiento. El papá del Padre y abuelo del niño le
dijo: “Padre, confiemos en Dios, vaya a México, recuerde que allí está
la Sagrada Imagen de la Virgen de Guadalupe, ella es la Virgen de las
rosas, rece en su “Casa” por todos y mándenos un pétalo de rosa del
santuario si puede”. El Padre Javier realizó entonces el viaje poniendo
todo en las manos de la Virgencita. El mismo día, ya en la ciudad de México
y apenas dejadas las valijas en el lugar de hospedaje, acompañado por el
sacerdote Javier Muñoz Quesada, fueron inmediatamente a visitar la Imagen
de la Morenita. Cuenta el Padre que fue impresionante llegar a aquel
recinto bendito con la presencia viva de la Madre y sobre todo al leer
aquellas palabras que la Virgen le dirigió un día al Beato Juan Diego y
que ahora dirige de igual manera a todo el que llega buscando su socorro:
“NO TE AFLIJA COSA ALGUNA, ¿NO SOY YO TU MADRE? ¿ACASO NO TE BASTA CON
ESTAR EN MI REGAZO?”.
En
las palabras de la Virgen estaba todo dicho, ella estaba diciéndoles más
de lo que le pedían; la seguridad y la firmeza de la fe brotó en sus
corazones, pero no por eso iban a dejar el asunto de llevar un pétalo de
rosa a la casa. Iniciaron los dos sacerdotes la búsqueda de un simple pétalo
de flor. Resulta casi increíble
que en una Basílica que permanece llena de flores por todas partes, no
pudieran conseguir el pétalo. Al subir a la Capilla del Cerrito, entraron
y vieron a un sacerdote dando la bendición a los fieles con agua bendita
que asperjaba con una rosa. El Padre Javier Dengo no dándose por vencido
dijo al compañero sacerdote: “mañana vuelvo, seguramente este
padrecito vive por aquí, a él le pediré el pétalo de rosa; y así lo
hizo, al día siguiente volvió al lugar y tocando una puerta que está a
un lado de la Capilla del Cerrito, se encontró con que por allí no vivía
ningún sacerdote y que más bien esa Capilla era custodiada por un grupo
de monjas de clausura, Carmelitas Descalzas. Al ser entrevistado por
ellas, el Padre contó lo que vivía por la pena de la enfermedad de su
sobrinito, la esperanza que encontraba en la Virgen y la búsqueda del pétalo
de rosa. Las monjitas le animaron a la confianza en Dios y se ofrecieron
no solo para conseguirle pétalos del rosal interno y privado del mismo
lugar donde la Virgen se le apareció a Juan Diego y que todavía se
conserva, sino, que ellas mismas se convertirían en rosas vivas de oración
e intercesión y así fue. Allí nació una santa amistad, tan profunda y
grande como profundo y grande es Dios y no solo con el Padre sino con toda
la familia a través de cartas y llamadas telefónicas, a tal punto que el
mismo Luisito aprendió a amar a sus “tronjitas” como él las llamaba
con cariño por no decirles “monjitas”. Feliz se ponía Luisito cuando
las Monjitas le enviaban estampitas de la Virgen, escapularios y por
supuesto dulces y confites.
Otro
dato importante es que animado por las Madres Carmelitas el Padre se
dirigió a la sacristía de la Basílica para pedir le permitieran
celebrar la Santa Misa. Según cuentan otros sacerdotes, siempre hay que
hacer fila para poder celebrar en alguno de los altares menores, o por lo
menos concelebrar con un grupo de sacerdotes. Si esto es cierto entonces
allí se prodigó otro regalo de la Virgen, porque a la petición de
celebrar la Misa la respuesta de parte del encargado fue: “venga mañana
a las 10 de la mañana”, y al otro día el Padre estaba presidiendo
completamente solo y en el altar mayor a los pies de la Sagrada Imagen el
Misterio de la Eucaristía.
Al cumplirse el mes de estadía en México, el Padre regresó,
Luisito estaba allí, lo recibió en la puerta de su casa e inmediatamente
le dieron a beber en agua los benditos pétalos y el resultado fue al día
siguiente cuando los médicos asombrados lo declaraban como consta en una
grabación que el niño era curado. La Virgen había hecho el milagro, le
devuelve la salud por un tiempo para que continúe su
misión: tenía que alcanzar la madurez y la inteligencia necesaria para que con
la fe que le supieron transmitir y la guía sabia de sus familiares,
pudiera hacer de su vida marcada siempre por el
dolor un acto digno y sublime de ofrecimiento a Dios por la salvación
de las almas y de los sacerdotes. Sí, tenía que ser preparado no solo
para entrar al Cielo como un verdadero “santo” sino para llevar con él
a gozar de Dios por la eternidad a muchos otros, y uno de ellos: su mismo
papá.
No
se puede entender la vida de Luis Diego sin la presencia de la Virgen de
Guadalupe y tampoco sin las “Tronjitas queridas de México”.
OBEDIENCIA
A LOS MANDAMIENTOS DE DIOS Y DE LA IGLESIA
Con
gran alegría le contaba a su tío sacerdote:
“PADRE, YA HICE LA PRIMERA
CONFESIÓN”.
“MI MAMÁ YA ME ESTÁ
COMPRANDO LAS COSAS PARA MI PRIMERA COMUNIÓN”.
Su
Primera Comunión la
recibió plenamente en el Cielo.
Amó a Dios y lo amó de verdad y su corta vida, en todas sus
manifestaciones, fue expresión nítida de este amor. Basta, a lo largo de
esta semblanza, conocer los aspectos fundamentales que caracterizaron su
corta existencia para comprender y admirar su amor a Dios y a la Santísima
Virgen María. Cumplió plenamente el principal mandamiento del Señor
de amar a Dios y al prójimo como a sí mismo. A Dios lo amó
sometiéndose totalmente al cumplimiento de la voluntad divina aceptando
con sumisión, sin queja ni rechazo, el sufrimiento y el dolor que
caracterizó la mayor parte de su vida. Al prójimo lo amó regalándole a
quienes lo rodeaban –familiares, amigos, compañeros, educadores y
vecinos- la bondad y la ternura de su corazón en sus múltiples
manifestaciones y, de manera muy especial ofreciendo sus sufrimientos y
dolores por la conversión y salvación de los pecadores y la santificación
de los sacerdotes. Se amó a sí mismo, conservando en su ser, durante
toda su vida, la gracia divina recibida en el bautismo, siendo siempre
templo vivo del Espíritu Santo.
Con cuánto gozo santificó siempre el día del Señor asistiendo y
participando con agrado y devoción en las Misas dominicales. Llamó
siempre la atención el hecho de que, desde muy pequeño, mientras los demás
niños corrían de un lado para otro durante las celebraciones eucarísticas,
él permanecía en su lugar, escuchando y observando lo que el sacerdote
decía y hacía. De igual manera, con mucha devoción y cariño, siempre
hizo sus oraciones de la mañana y de la noche. Cuando se le pedía que
presentara en su oración una intención particular ponía especial
cuidado y manifestaba una gran confianza en que se recibiría lo que pedía.
Es de notar también que Luis Diego llevó toda su vida, colgado a su
cuello con gran cariño el Santo Escapulario de la Virgen del Carmen y con
él murió.
Amó y respetó de manera muy especial a su padre sanguíneo, a sus
abuelos paternos (padres adoptivos) y a su tía Inés María, a quien
consideró su verdadera madre y a quien hizo objeto de sus más puros
afectos y de su filial amor. La obediencia, el respeto y la amabilidad
caracterizaron su relación con las personas de mayor edad.
Fue siempre respetuoso de los bienes ajenos, los que cuidaba con
celo y devolvía con prontitud a sus dueños, cuando se los prestaban.
Poseía, además, un innato respeto al derecho a la vida que lo inducía a
no darle muerte a los animales, afligiéndose cuando esto ocurría.
Su edad y su inteligencia le permitieron ser consciente del valor
de lo bueno y de lo malo; y sin dejar de ser un niño normal, su clara
disposición a ser obediente y su conocimiento de los deberes de un
cristiano y sobre todo el no querer ofender a Dios y a sus seres amados,
lo guardó de caer en algún pecado.
Resumiendo,
se puede afirmar que dentro de lo que fue posible en su corta existencia,
Luis Diego fue cumplido en su obediencia a los mandamientos de Dios y de
la Iglesia.
SU
APOSTOLADO
“PARA MI PAPITO CON AMOR:
LUISITO”
Cuando un niño es llevado al Cielo con frecuencia la gente,
comparando su fugaz existencia con la de otras personas que por vivir
muchos años, aparentemente sí han logrado plena realización en sus
vidas, se pregunta: ¿cuál fue el sentido y trascendencia de la vida de
este niño? ¿qué importancia tuvo el haber nacido?
Todas las personas nacen con una misión que cumplir en el plazo
que Dios le conceda, sea éste corto o largo. A Luis Diego le concedió
solamente nueve años y tres meses, el tiempo justo para convertirse en
una persona consciente de la “Verdad” y movido por ella, llevar a cabo
su misión. Gracias a su edad y a su inteligencia tuvo conciencia del
valor de lo bueno y de lo malo y sin dejar de ser un niño que ante los
ojos del mundo pasa desapercibidamente, su disposición a la obediencia y
su conocimiento de los deberes de un cristiano y sobre todo por su afán
de no ofender a Dios ni a sus seres amados, el Señor lo guardó de caer
en algún pecado que le hiciera perder su gracia bautismal, que conservó
hasta el momento de partir hacia el Cielo y le permitió entregarse
totalmente a la misión que el Altísimo le tenía confiada. Y ¿cuál fue
ésta? Se dice en páginas anteriores que a Luisito el Señor le asignó
la misión de ser apóstol por el dolor y el sufrimiento para la
santificación de los sacerdotes. Conforme a los inescrutables designios
de Dios no se puede saber cuántas almas recibían o habrán recibido las
gracias obtenidas por medio de Luisito a su favor y que operará o habrá
operado en ellas un nuevo germinar espiritual de cara a la luz divina, a
la luz de la verdad, del bien y de la felicidad.
La misión encomendada por Dios a Luis Diego fue esa: que en su
corta infancia le ofrendara el dolor y el sufrimiento que desde muy niño
marcarían su existencia por la salvación y santificación de las almas,
misión que este niño ya con la conciencia, lucidez y libertad propia de
sus nueve años, la realizó para la gloria de Dios.
Pero además, hay en la vida de Luisito
una acción concreta que, por sí sola, podría explicar el sentido
y la trascendencia existencial de este niño: la salvación de su papá.
De corta existencia, pues murió a la edad de 34 años, el papá de
Luisito fue un joven esbelto, jovial e inteligente, muy gustado por las
mujeres. Esto último unido a un temperamento festivo lo condujeron a
iniciarse en la vida bohemia y alejarse de Dios. Sin embargo Dios no se
alejó de él como no lo hizo cuando, al nacer por cesárea, los médicos
le dieron setenta y dos horas de vida por haber absorbido el líquido amniótico
produciéndole una atelectasia pulmonar o cuando, ya adulto, estando de
fiesta con sus amigos, tuvo un problema supuestamente cardíaco que le
obligó permanecer varias horas en observación hospitalaria y a raíz del
cual reaccionó con decisión dejando definitivamente el licor y el
cigarro. Poco tiempo después contrajo matrimonio, del que nació Luis
Diego.
A partir de su nacimiento, Luis Diego se constituyó en faro de
esperanza para su papá y en el centro de atracción de las ilusiones,
desvelos y esfuerzos paternales, acentuándose al máximo al declarársele
al niño la leucemia en 1990, momento en el cual se inicia una relación
paterno-filial realmente entrañable.
Si bien el cambio operado positivamente en la vida del papá de
Luis Diego fue definitivo hasta su muerte, lamentablemente en su relación
con Dios el cambio tomó un giro equivocado cuando quiso confundirse con
las primeras manifestaciones en nuestro país de las teorías erróneas de
la “Nueva Era”. Y es precisamente en el enderezamiento de ese rumbo
equivocado en el que manifiesta la silenciosa e imperceptible acción
apostólica de Luisito, realizada por su medio por la poderosa mano del Señor
y dirigida a la salvación del alma de aquel padre tan abnegadamente
entregado al cuidado y formación de su hijo.
En efecto, en el silencio de la inocencia de aquel niño fue el Señor
tejiendo la trama con la que, cual red salvadora, rescataría para sí
eternamente el alma de su padre. no de otra manera se pueden explicar los
diferentes episodios que caracterizaron la vida de estos dos seres, los
que bien vale la pena puntualizar:
En sus insondables designios Dios permite que la
leucemia se manifieste en Luisito para reforzar al máximo los paternales
lazos que unían a aquel joven papá con su hijo, lo que, en efecto,
ocurrió, pues a partir de ese doloroso momento su vida gira
incesantemente alrededor de aquel niño prodigándole sus más tiernos y
eficaces cuidados. Con esto, Dios establece la necesaria estructura
afectiva entre esos dos seres para realizar sus divinos planes.
Aquel niño que ingresó al Hospital Nacional de Niños
con los más oscuros pronósticos médicos, en pocos días
egresa de aquel nosocomio con la descompensación sanguínea y orgánica
normalizada. El caso fue considerado milagroso pero el impacto de aquella
notable recuperación fue más milagroso
aún para su papá en lo que al despertar de su fe se refiere. No
otra cosa puede deducirse de su decisión de llevar a Luisito a la Basílica
de Nuestra Señora de los Ángeles, en Cartago, para postrarse agradecidos
a los pies de la Virgen María, además de obsequiar su imagen para que
fuera colocada en la capilla de aquel hospital. Aunque todavía no se daba
el acercamiento definitivo con Dios, ya en el horizonte de la vida de
aquel hombre empezaba a despuntar la tenue luz del amanecer de la fe.
No obstante la recuperación de los niveles
funcionales lograda en el organismo de Luisito, la lógica y la
responsabilidad médicas obligaban a un tratamiento quimio y radioterapéutico
prolongado e intensivo. Por tal razón, con una periodicidad decreciente
según las indicaciones médicas, ininterrumpidamente por más de dos años
padre e hijo concurrieron puntualmente a las citas. Fue este un largo período
terriblemente doloroso y triste para el niño por las punciones lumbares y
óseas y las tomas de vías intravenosas que le practicaban y
especialmente por los efectos de la quimioterapia, como ya se había
mencionado antes. También lo fue para el padre por la angustia y el
sufrimiento que todo esto le producía a su espíritu paternal. Pero Dios
continuaba tejiendo la red salvadora colocando a este padre en el camino
del dolor y del sufrimiento para que- siendo este el camino redentor
transitado por Jesucristo- poco a poco la savia de la gracia divina
comenzara a correr por todo su ser.
Transcurrido el tiempo de tratamiento ambulatorio y
habiéndose mantenido siempre inalterable el estado normal de la salud de
Luisito, se le suspendió la medicación teniendo únicamente que
presentarse a controles periódicos. Sin embargo, fundamentado en la seria
advertencia médica de que Luisito sería de por vida una persona de alto
riesgo, es decir, que en cualquier momento podría manifestársele de
nuevo tan temible enfermedad, su padre asumió siempre una actitud de
confiada y responsable vigilancia, manteniéndose así inalterada la
estrecha y ejemplar relación que unía a ambos. Por otro lado, para que
aquella responsable vigilancia del estado de salud del niño no cayera en
la temerosa, pesimista y enfermiza actitud en quienes convivían con
Luisito, quiso el Señor enriquecer la existencia del niño, hasta su recaída
cinco años después, con un desarrollo físico, mental, emocional y
espiritual de especial calidad, razón por la que su padre comenzó a
forjarse las más preciadas ilusiones en relación con el futuro de su
hijo, sembrando así el camino de sus existencias con variados y
maravillosos proyectos para la mutua realización. Sin embargo, Dios tenía
para ellos un proyecto diametralmente opuestos: el pronto regreso de ambos
a su divino regazo.
En efecto, cuando todo parecía indicar que el papá
de Luisito gozaba de buena salud, con un inesperado y fortísimo dolor de
cabeza se le manifestó un tumor cerebral maligno y de gran agresividad
que, nueve meses después, le ocasionaría la muerte. Es precisamente este
período de la enfermedad de su padre en la que Luisito, con la ofrenda a
Dios de su infantil sufrimiento y de sus oraciones, se constituirá en el
silencioso apóstol que obtendrá del Señor la salvación del alma de su
papito, como siempre cariñosamente le llamaba. Esta infantil y santa
labor alcanzó los tonos más elevados a partir del momento en que su
sufrimiento se intensifica hasta niveles casi insoportables para aquella
tierna alma al sufrir la dolorosa y triste experiencia de la partida de su
lado de su papá hacia Estados Unidos de América para someterse, durante
dos meses, a un tratamiento radiológico. Con la guía de su tía y mamá
adoptiva, Inés María, supo ofrecer todo su dolor, todo su sufrimiento y
todas sus oraciones a Dios por la curación de la enfermedad y la salvación
del alma de su padre. Y Dios lo escuchó pero solo en la segunda de sus
peticiones: la salvación del alma de su papá. ¡Cómo sería la devoción,
el fervor y la fe con que aquel niño rogaría por la salud corporal y
espiritual de su padre, que Dios no pudo contener el amor que a raudales
se le escapaba de su corazón en beneficio de aquel hombre! Fue así como,
mientras la ciencia médica fallaba en sus esfuerzos por devolverle la
salud corporal, la misericordia divina realizaba la curación del alma de
aquella persona doblemente enferma. Para quienes convivían en Estados
Unidos con el papá de Luisito imperceptible fue la acción divina que se
iba operando en aquella persona doblemente enferma, pues en ningún
momento manifestó cambios en su manera de pensar y actuar respecto a los
asuntos espirituales y a las prácticas religiosas y sin embargo, Dios
silenciosamente estaba actuando en lo más profundo de su ser, acción que
sí se manifestó al regreso a Costa Rica cuando lo primero que hizo, al
llegar a la casa, fue a buscar a su hermano sacerdote para confesar sus
pecados y obtener de Dios el perdón; manifestando un sincero y profundo
arrepentimiento y la sumisión absoluta a la fe de la única y Santa
Iglesia Católica. A partir de este momento hasta su muerte conservó,
acrecentó y fortaleció su amistad con Jesús recibiéndolo
frecuentemente en su corazón sacramentalmente. Excepto el último mes de
vida en el que tuvo que permanecer en la cama, siempre recibió a Jesús
Sacramentado en pie. Cuán maravillosos fueron esos momentos, dignos de
reproducirse pictóricamente en una bella y original estampa religiosa por
la sublimidad de la escena y por las ejemplares enseñanzas que de ella
derivarían principalmente para los padres de familia. ¿Por qué? Vale la
pena explicarlo. Al llegar a la casa la Hostia Sagrada llevada por un
Ministro Extraordinario de la Comunión con silencioso respeto los recibían
el papá y el hijo y luego se ubicaban en frente de la mesa especialmente
arreglada para la ceremonia, él erguido y Luisito recostado
contra sus piernas y tratando de hacerse uno con el niño en aquel
sagrado momento eucarístico, le cruzaba sus brazos sobre el pecho. En
esta posición participaba del acto y en el momento de sentir depositado
en su lengua el Cuerpo de Jesús, con un recogimiento que no se puede
explicar, cerraba sus ojos y en todo su semblante se denotaba la más íntima
y sublime unión que estaba experimentando con aquellos dos seres tan
amados: con Jesús y con su hijo. En
aquellos minutos de recogimiento realmente se palpaba la más
trascendental entrega entre estos tres seres: Jesús que se entregaba a
aquel padre; este que con inmenso amor lo recibe al tiempo que con amorosa
delicadeza lo entrega al hijo como fuente de gracia y armadura de defensa
para su futura vida de huérfano. El Ministro de la Comunión testigo de
estos momentos da fe de lo dicho y afirma que nunca ha vivido experiencias
eucarísticas tan singulares como estas en las que de manera tan real se
percibía esa triple entrega y posesión mutuas que se daban entre Jesús,
el padre y el hijo y que se manifestaba por la transformación del
semblante y el recogimiento profundo que experimentaba el papá de
Luisito.
Es importante destacar aquí para mejor comprender
esa actitud del padre para con su hijo en el momento de la Sagrada Comunión,
actitud de auténtica oración, el hecho de que su mayor preocupación,
según lo expresó en una única ocasión, radicaba en la gravedad del
tiempo histórico en el que le correspondería vivir a Luisito,
caracterizado por la violencia, el odio, el egoísmo, la corrupción, etc.
producto de la ausencia de los más elevados valores que siempre habían
regulado la convivencia humana. Lo anterior podría explicar la actitud de
fervoroso recogimiento que asumía el padre al comulgar unido a su hijo si
se piensa que en aquel sagrado momento recibía a Jesús para su provecho
espiritual y también, por su proceso de cristificación, para la protección
y santificación de su hijo. De esta manera, al ser el padre el que ahora
ruega por su hijo se invierte el proceso de la oración y con ello Dios
comienza ya a dar las puntadas finales a la red que con tanto esmero ha
venido tejiendo con los delicados hilos de su amor.
Hay otro importantísimo aspecto en el que
visiblemente se manifestó la obra de Dios en la conversión de aquel papá
gracias a la ofrenda que Luisito le hizo de sus sufrimientos y oraciones:
la forma tan cristiana como aceptó y sobrellevó la enfermedad y recibió
a la muerte, porque este enfermo no sólo aceptó la voluntad de Dios sino
que, con abnegación total, se abandonó a ella. En ningún momento y por
ninguna circunstancia, por más dolorosa, angustiante o triste que fuere,
sin quejas, sin reproches, sin sollozos ni expresiones lastimeras, desde
el principio aceptó la enfermedad con entereza, valentía y total sumisión
a la voluntad divina. Con la serenidad de las almas poseídas por Dios se
desprendió de todo, hasta de lo que más amaba en la vida, su hijo,
centro y objeto de las delicias de su corazón. Su abandono a la voluntad
de Dios lo hizo totalmente libre de las ataduras que lo apegaban al mundo
y a la carne y totalmente vacío su espíritu de apetitos, vicios,
pasiones, odios, rencores y resentimientos, ofreciéndose a Dios como
espacio libre y vacío para que fuera ocupado por Él. Todo esto fue
posible porque el papá de Luisito supo, en sus últimos meses de vida
terrenal, vivir plenamente el espíritu de la pobreza evangélica, gracias
a lo cual recibió la gracia de presentarse vacío y pobre ante la
presencia de Dios para ser llenado y enriquecido por su Creador. Y para
que no existieran dudas sobre su conversión, Dios le concedió el
privilegio de ver y de comunicárselo a su mamá, al
Ángel de la Guarda al lado de su cama. Dos días después, plácidamente
entregó su alma al Señor, quien recogiéndola en la red que había
tejido con su amor la condujo hasta el Reino Celestial.
Bastaría con este singular y clarísimo caso de
conversión y de salvación para comprender y valorar en toda su dimensión
y profundidad la misión para la que Dios creó y trajo al mundo al niño
Luis Diego, pero necesario es recordar, como se explicó al inicio de esta
semblanza, que esta misión tenía proyecciones más grandes conforme a
los planes divinos, razón por la que, al recaer en su grave y mortal
enfermedad, Dios nuevamente le concede al niño la oportunidad para que,
ahora con la libertad y la claridad de conciencia propias de su edad de
nueve años, le ofreciese los sufrimientos que iba a padecer y sus
oraciones por la conversión y salvación
de los pecadores en general y, particularmente, por la santificación,
la fidelidad a Jesús y la eficacia apostólica de todos los sacerdotes.
De esta manera y no obstante haber partido hacia el
Cielo a los nueve años de edad, Luis Diego Dengo Esquivel, el niño
milagro como lo llamaban en el Hospital de Niños, cumplió cabalmente y
con creces la misión que Dios le tenía encomendada. ¡Gloria al Señor,
Dios Uno y Trino!.
“AQUÍ QUEDAN USTEDES, POR UN POCO MÁS DE TIEMPO. YO HE
SALIDO YA DE ESTA VIDA Y LES HE ENSEÑADO CÚAL ES SU SENTIDO Y CÚAL EL
CAMINO PARA POSEER SU PLENITUD, ME HE IDO A LA GLORIA Y AL GOZO DE NUESTRO
PADRE CELESTIAL; VIVO JUNTO A LA VIRGENCITA QUE TANTO AMÉ Y AMO.
QUE MI SACRIFICIO, TANTO DOLOR QUE ASUMÍ EN ESTA TIERRA NO
SE PIERDA EN EL TIEMPO.
A USTEDES A QUENES TANTOAMO, LES PIDO: PONGAN SU MENTE, SU
CORAZÓN Y TODO SU SER EN LAS COSAS DE ACÁ ARRIBA, NO EN LAS DE LA
TIERRA, SEAN FIELES A DIOS Y A LA IGLESIA, MINUCIOSAMENTE FIELES; ABRACEN
LA CRUZ COMO LA ABRAZÓ PAPITO Y COMO LA ABRACÉ YO. VIVAN DE MODO QUE LO
QUE YO SUFRÍ TENGA SIEMPRE SENTIDO. AQUÍ LOS ESPERO, EN LA FELICIDAD DE
LA VIDA ETERNA. NO TENGAN MIEDO, TODO PASA Y EN ESTE LUGAR DE BELLEZA
INFINITA SE DARÁ NUESTRO DEFINITIVO ENCUENTRO, CUANDO TODOS VOLVAMOS
A VERNOS Y A REUNIRNOS EN UN INFINITO ABRAZO EN EL CORAZÓN MISERICODIOSO
DE LA TRINIDAD BEATÍSIMA.
LOS AMO
LUISITO"
PRESENTACIÓN
“LA ANCIANIDAD
VENERABLE NO ES LA DE LOS MUCHOS DÍAS NI SE MIDE POR EL NÚMERO DE AÑOS;
LA VERDADERA MADUREZ PARA EL HOMBRE ES LA PRUDENCIA, Y LA EDAD DE RESPETO,
UNA VIDA INMACULADA.
A CIERTAS PERSONAS LAS LLEVÓ EL SEÑOR
MUY JÓVENES A LA ETERNIDAD PARA LIBRARLAS DE LOS PELIGROS DEL MUNDO.
AGRADÓ A DIOS,
FUE AMADO, Y COMO VIVÍA ENTRE PECADORES, FUE LLEVADO AL CIELO. FUE
ARREBATADO PARA QUE LA MALDAD NO PERVIRTIERA SU INTELIGENCIA O EL ENGAÑO
SEDUJERA SU ALMA; PUES LA FACINACIÓN DEL MAL EMPAÑA EL BIEN Y LOS
VAIVENES DE LA CONCUPISCENCIA CORROMPEN EL ESPÍRITU INGENUO.
ALCANZANDO EN POCOS AÑOS LA
PERFECCIÓN, LLENÓ LARGOS AÑOS.
SU ALMA ERA DEL AGRADO DEL SEÑOR,
POR ESO SE APRESURÓ A SACARLE DE ENTRE LA MALDAD.
LO VEN LAS
GENTES Y NO COMPRENDEN, NI CAEN EN CUENTA QUE LA GRACIA Y LA MISERICORDIA
SON PARA SUS ELEGIDOS Y
SU VISITA PARA SUS SANTOS”.
Sabiduría 4
“En
1997 la enfermedad, el dolor y la muerte de dos niños, uno hijo de
feligreses de la Parroquia de Tilarán, José Andrés Bastos Chaverri, y
el otro, Luis Diego Dengo Esquivel, motivó que se formaran espontáneamente
dos grupos de oración de laicos. Orábamos por sus respectivas
sanaciones, pero Dios en su infinita e insondable sabiduría tubo otro
plan: que su dolor fuera
germen de una obra nueva para su gloria y para el bien de la Iglesia”.
Obtenida
la aprobación oficial y definitiva de la Iglesia Diocesana a través de
un decreto emitido y firmado por el Señor Obispo, de nuestra Asociación
Carmelitana Teresiana de la Divina Misericordia, contemplamos con mayor
claridad cuán fecundo fue el sacrificio de estos dos inocentes y cuán
beneficioso puede resultar para nosotros conocer un poco de la vida
de ellos.
Hoy
pongo en sus manos el tesoro de lo que fue en esta tierra el paso dulcísimo
de Luis Diego, esperando que en la lectura de su vida se pueda comprender
mejor nuestro carisma y finalidad como Instituto de la Iglesia consagrado
a la salvación de las almas y especialmente de sacerdotes, a través del
obsequio de nuestras vidas al Señor como “almas víctimas”.
Pbro.
Javier Francisco Dengo E.
|