Carmelitas Teresianos de la Divina Misericordia
Diócesis de Tilarán, Costa Rica


oración
oración privada

 

  LUIS DIEGO DENGO ESQUIVEL

1988-1997  

AL LLEGAR AL CIELO PLANTASTEIS NUESTRA SIMIENTE EN EL CORAZÓN MISERICORDIOSO DE DIOS.

HOY SOMOS PLANTA QUE CRECE ANHELANTE DE BUENOS FRUTOS PARA EL SEÑOR.

AYER FUÍSTEIS NUESTRO GERMEN, HOY Y SIEMPRE COMPROMISO E INSPIRACIÓN.

GRATITUD Y AMOR:

CARMELITAS TERESIANOS DE LA DIVINA MISERICORDIA

 

   

  LUIS DIEGO

SEMBLANZA DE UN NIÑO PURO Y BUENO QUE POR EL CAMINO DEL SUFRIMIENTO SUBIÓ AL CIELO. 

SU VIDA Y SU SACRIFICIO  MOTIVO LA FUNDACIÓN DE LA ASOCIACIÓN CARMELITANA TERESIANA DE LA DIVINA MISERICORDIA.

ÉL ES NUESTRO PEQUEÑO GRAN FUNDADOR

 

En acatamiento a los Decretos del Papa Urbano VII y a los Decretos de la Sagrada Congregación de los Ritos, se declara que a cuanto se expone en la presente reseña biográfica no se da otra fe sino la que merecen los testimonios humanos dignos de consideración y que no se pretende, en modo alguno, prevenir el juicio de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana.

Al escribir esta pequeña biografía, nos mueve sólo el amor a la verdad; cumplir con una sana costumbre de vida en el “Carmelo Teresiano” del que participamos espiritualmente y dar a conocer por razones de justicia y necesidad, la vida de un pequeño gran cristiano que motivó con su ejemplo y sacrificio, ofrecido por la salvación de las almas y sobre todo de los sacerdotes, la fundación de nuestro amada Asociación Carmelitana Teresiana de la Divina Misericordia.

Quienes realizamos este trabajo amamos mucho a Luisito, pero declaramos con toda libertad la verdad de su vida, y estamos seguros que diríamos las mismas cosas, si él no fuera de nuestra familia.

Nuestra sola intención es dar Gloria a Dios por lo que realiza en sus hijos en su infinito e insondable misterio de amor y de misericordia.

Su abuelo paterno: Francisco Dengo Bonilla

y su tío el Padre Javier Francisco Dengo Esquivel

 

 

 

MARCO BIOGRÁFICO 

Luis Diego, no es en el Cielo un “Angelito” como mucha gente acostumbra llamar a los niños que mueren, no, Luis Diego llegó a tener la edad de un niño totalmente consciente

e inteligente, responsable de sus actos, capaz de tomar sus propias decisiones y hacer que se las respetaran.  

Quien lo conoció de cerca y quiera pensar con seriedad, acepta que Luis Diego fue un niño normal, sí, pero con una clara predilección del Señor: nació en el mes de María y después de una vida marcada por el dolor, de una silenciosa entrega como víctima de amor, y habiendo cumplido plenamente con la misión que el Señor le encomendó tomó la mano de la Santísima Virgen y subió con ella al Cielo.

Luisito, ofrezca su dolor por los sacerdotes
"

Hijo de Luis Eduardo Dengo Esquivel y de Tatiana González Vargas, nació en el Hospital San Vicente de Paúl de Heredia, Costa Rica, el día 4 de mayo de 1988 a las 11:50 de la mañana. En Dios no existen las casualidades y no es casualidad alguna que haya nacido en el mes de la Santísima Virgen María.

Fue bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima de Heredia, el 10 de julio de ese mismo año, con el nombre de Luis Melquisedec, sus padrinos fueron su tío el Presbítero Javier Francisco Dengo Esquivel y su tía abuela Mireya Dengo Bonilla.

El 10 de Julio de 1990 se le diagnostica leucemia linfocítica aguda, el caso más grave registrado hasta ese momento en el Hospital Nacional de Niños.

Por resolución judicial del 11 de enero de 1991 en vista de la disolución del matrimonio, queda bajo la patria potestad de su padre.

Por sentencia judicial del 13 de noviembre de 1992, quedó legalmente adoptado por sus abuelos paternos, cambiándosele el nombre a Luis Diego Dengo Esquivel.

El 6 de abril de 1997, después de cinco años de recuperación total de la leucemia y a tres meses de que le dieran de alta en el Hospital Nacional de Niños declarándolo curado, sufrió una recaída médicamente considerada sumamente agresiva y por lo tanto, grave.

El 13 de agosto de 1997, en las vísperas de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al Cielo, después de un agobiante tratamiento de 4 meses y 7 días, a las 4:45 de la tarde, Luis Diego se dejó llevar por la Virgen y entregó su alma pura al Señor a los 9 años, 3 meses y 9 días de edad, en las salas de la sección de Oncohematología del Hospital Nacional de Niños.

 

VIDA MARCADA POR EL SUFRIMIENTO

Víctima de una cruel enfermedad, sin padre ni madre a tan tierna edad, vivió su vida guardando en el silencio de su infantil intimidad y con admirable heroicidad los efectos de tanto dolor.

Nunca perdió su alegría y siempre respondía: DIOS SE LO PAGUE.

A partir de aquel 10 de Julio de 1990, fecha de su primer ingreso al Hospital Nacional de Niños, la cruz del sufrimiento comienza a pesar fuertemente en la vida de Luis Diego o Luisito como cariñosamente se le llama.

Los dos años de consecutivo tratamiento a que fue sometido, con las periódicas sesiones de quimioterapia y la intensa dosificación de los derivados de la cortisona, resultaron sumamente agobiantes para este niño, no obstante los eficaces resultados obtenidos. Sin embargo, con cuánta docilidad, sin queja ni llanto, se levantaba de madrugada para ir con su papá a las sesiones periódicas de quimioterapia. Con cuánta entereza entraba al laboratorio para que le extrajeran sangre. Con cuánta valentía, entre  sollozos, colaboraba con los médicos para tomar la posición correcta y el adecuado ritmo respiratorio en el momento de las punciones lumbares y medulares óseas. Los médicos siempre alabaron su actitud no obstante que toda su fortaleza se derrumbaba cuando tenían que tomarle la vía venosa para las transfusiones.

La ingestión de las amargas y numerosas pastillas de dexametasona disueltas en agua, tres veces al día por muchos meses, fue experiencia verdaderamente triste para Luisito, sin embargo, no tardó mucho tiempo para que él aceptara aquello con sumisión, sin llantos y tan solo con el gesto propio que le producía el amargor de aquella medicina, causante, además, de la hinchazón de su cuerpo, un motivo más de aflicción.

Por la gracia de Dios y la ayuda de la Santísima Virgen de Guadalupe,  Luis Diego recuperó su estado normal de salud y al cabo de dos años se le suspendió totalmente el tratamiento, quedando tan solo en un proceso de observación periódica por cinco años.

Pero la cadena de sufrimientos apenas se iniciaba. A los tres meses del diagnóstico de la leucemia, su madre lo abandonó, quedando a cargo de su papá y de los padres y una hermana de éste. Gracias a la solicitud de los cuidados y al amor que le brindaron estas cuatro personas, el niño contó con el ambiente psicológico apropiado para superar su enfermedad. Para su padre el niño era todo en su vida y se dedicó exclusivamente a él en cuerpo y alma.

Recuperada su salud, Luis Diego comenzó a desenvolverse normalmente en la vida. Se divertía como cualquier niño de su edad, asistió al kinder y a la preparatoria e ingresó a la educación primaria en la Escuela Bilingüe del Monte, en donde se ganó el cariño y la admiración de sus maestros y compañeros por su dedicación en el estudio y su manera de ser tan llena de dulzura y bondad. Podía decirse que en esos tres años después de la suspensión del tratamiento, Luisito era un niño muy feliz, íntimamente ligado a su papá y a su tía Inés María, a quien la consideraba su mamá y la llamaba “mamita”.                                                   

Pero la cruz del sufrimiento pendía sobre él. El 30 de diciembre de 1994 su papá fue operado de un tumor canceroso en el cerebro y a  los nueve meses después murió, cuando su hijo apenas tenía siete años de edad.

Sin padre ni madre a tan tierna edad, tan solo con el amor y los abnegados desvelos de su tía Inés y de sus abuelos, continuó su vida guardando en el silencio de su infantil intimidad los efectos de tanto sufrimiento. Con ilusión asistía a las sesiones sabatinas del Catecismo, pues anhelaba tener el Primer Encuentro con Jesús Eucaristía programado para el mes de noviembre de 1997. Ya el sábado 9 de noviembre de 1996 había recibido el sacramento de la Reconciliación de rodillas ante el Pbro. Jorge Calvo Robles, cura párroco de la Inmaculada Concepción de Heredia.

Con motivo de un viaje que realizó con su “mamita” y sus abuelos a Estados Unidos de Norteamérica, en Diciembre de 1996 se le practicaron todos los análisis clínicos del caso, resultando estar en perfecto estado de salud. Pero, en el mes de abril siguiente, cuando con alegría apenas iniciaba su tercer grado y todo en la vida parecía sonreírle, la leucemia volvió para doblegarlo fatalmente.  
A partir de ese momento se reinició de manera mucho más aguda el sufrimiento para este niño, ahora con un tratamiento más intenso y doloroso. Los internamientos eran más frecuentes y prolongados: nueve internamientos de cinco días cada uno. Las quimioterapias sumamente fuertes y la ingestión de cortisona desesperadamente grande: 18 tabletas tres veces al día.  
Ante un tratamiento de esta intensidad y naturaleza,pronto el organismo de Luisito comenzó a ceder, principalmente en su sistema inmunológico, al debilitarse sus defensas como consecuencia, además de los internamientos programados, hubo que internársele tres veces más por el padecimiento de graves infecciones intestinales y bucales. En cada uno de estos internamientos le suspendían totalmente la comida por diez y más días.  En el último de estos internamientos y cuando tan solo había cumplido el quinto de los nueve programados, Luis Diego murió de un derrame cerebral, consecuencia de la leucemia.  

 

VIDA ANEGADA POR LA PUREZA BAUTISMAL

Luis Diego no perdió en sus casi diez años la gracia de su bautismo.

Decime Luisito, en este momento ¿Adónde más te gustaría estar?
EN LOS BRAZOS DE JESÚS”.

 

En el siguiente internamiento Jesús, su amigo, lo tomó en sus brazos.

En sus nueve años y tres meses, Luis Diego no perdió la gracia de su bautismo. En su mirada, en sus gestos, en sus palabras y en sus actos resplandecía su inocencia, su pureza, y a todas las personas que lo trataban las impregnaba con la bondad de su corazón, cualidades materializadas en su característica sonrisa.

Fiel garante de su pureza bautismal lo es su abuelo paterno, quien fue, después de la muerte de su padre, su más íntimo confidente. Este abuelo fue su catequista doméstico y le correspondió prepararlo para su primera confesión y afirma que tal como había sido su vida, sin malicia, sin pecado, así de puro llegó a los pies de su confesor: inocente, lleno de su gracia bautismal. Y a manera de corroboración de lo antes dicho, cuenta que tiempo después de su confesión, una noche luego de haber rezado con Luisito las oraciones antes de dormir, el niño comenzó a llorar con desconsuelo y al preguntarle a qué se debía aquel llanto, entre sollozos respondió: “maté una hormiga y debo ir a confesarme”.

Gracias a la manera empleada por su abuelo en su catequesis de más de dos años, Luis Diego tenía concepto claro de la Santísima Trinidad como Dios uno y trino y distinguía claramente que el Padre es el Dios Bondadoso, que nos ama y nos cuida como un verdadero papá; que Jesucristo es su Hijo y por lo tanto nuestro hermano y amigo y por amor murió por nosotros para salvarnos y que el Espíritu Santo es Dios, enviado por Jesucristo para que more en nosotros, nos ayude, defienda y consuele. Precisamente murió cuando se le daba la catequesis del Espíritu Santo.

La siguiente anécdota confirma lo anterior: estando acompañado por su abuela en el hospital, llegó una dama voluntaria a contarle un cuento y terminado este la dama de pronto le preguntó: “Decime Luisito, en este momento ¿Adónde  más te gustaría estar?” Y la sorprendente respuesta que dio fue: “en los brazos de Jesús”. En el siguiente internamiento Jesús, su amigo, lo tomó en sus brazos.

 

VIDA DE SUFRIMIENTO REDENTOR

Luisito, ofrezca sus dolores y sufrimientos por la salvación de las almas.
SÍ, TITO, LO OFREZCO”.
“¿QUIÉN SABE CUÁNTAS ALMITAS HE PODIDO AYUDAR HOY?”.

 

Al presentarse la recaída, con mucha prudencia y sutileza el abuelo preparó a Luisito para que su sufrimiento fuera redentor. Sabiendo lo que el nieto iba a padecer y sufrir y deseando que aquel sufrimiento fuera útil, le hizo comprender que muchas personas se libran de ir al infierno si se ofrecen nuestros sufrimientos a Jesucristo Crucificado por ellas. Por esta razón, cada vez que se internaba el abuelo le recordaba aquello y él respondía: “Sí, Tito, lo ofrezco”. De esta manera, el dolor de las punciones lumbares y óseas y de las tomas de vía venosas; el sufrimiento de pasar días y días sin probar bocado, siendo él tan comilón y todas las angustias vividas durante su enfermedad, tuvieron el sagrado carácter de ofrenda a Dios y su misterioso y eficaz efecto redentor. Un día después de haber sufrido mucho le dijo a su abuelo: “Tito, ¡quién sabe cuantas almitas he podido ayudar hoy!”.

Su tío el sacerdote, al igual que su abuelo, siempre que lo visitaba le insistía en que ofreciera su sufrimiento por los sacerdotes a lo que respondía afirmativamente y con gran paz. En la última visita que le hizo el padre Javier a su casa lo llevaron a internar al hospital, en un momento el Padre aprovechó para recordarle su ofrecimiento por los sacerdotes, él con grandes lagrimas en los ojos respondió con su “Sí” y abrazando al tío con el más grande y tierno de los abrazos, se entregó por entero a su obra misionera en favor de las almas y sobre todo de sacerdotes; fue la última vez que el Padre lo vio.   Digno de consignar es lo siguiente: cada vez que los médicos terminaban de practicarle algún doloroso tratamiento, Luisito, consciente del beneficio que trataban de procurarle, siempre les decía: “doctor, que Dios se lo pague”, con lo cual, tanto los médicos como las enfermeras, no podían retener las lágrimas que brotaban de sus ojos. Esta cristiana forma de agradecer le fue inculcada desde muy pequeño por su abuela paterna.

Cada vez que se le internaba en el hospital, su abuela tenía que llevar consigo un cancionero mariano, pues constantemente le pedía que le cantara canciones de la Virgen María, a quien él amaba mucho

 

VIDA DE SILENCIOSA ACEPTACIÓN:

 

Aprendió a amar a la Santísima Virgen María como a su verdadera Mamá, desde muy chiquito él vivía con ella y ella con él.

No cabe ninguna duda que ella le enseñó a guardar el dolor en el silencio de su tierno corazón, y desde allí, ofrecerlo en acto redentor.

Una característica muy importante de la personalidad de Luisito lo fue la forma silenciosa y tranquila con que supo aceptar los grandes y graves acontecimientos que se presentaron en su vida.

Luisito fue un niño muy inteligente, su familia le supo anunciar a Jesucristo, le supo catequizar y él se dejó impregnar totalmente de las Verdades Eternas, viviendo de ellas hasta el final. Su amor a la Santísima Virgen fue inmenso, Sus seres queridos le presentaron a la Madre Santísima como su verdadera Mamá, desde chiquito él vivía con ella y ella con él. No cabe ninguna duda de que esa santa compañía fue clave para que viviera una vida tan intensa y con tanto heroísmo.

Era sumamente sensible y emotivo, capaz de llorar por haber matado a una pequeña hormiga y de emocionarse ante la escena de una película como la del dinosaurio “Piecito” y sin embargo supo enfrentar hasta con aparente serenidad la ida de su madre y la muerte de su padre.

Cuando su madre se fue de su lado en ningún momento preguntó dónde estaba ni porqué se había ido y esta silenciosa actitud la mantuvo durante el resto de su vida en esta tierra. Durante la enfermedad de su papá comprendió que se iría a morir y esto bastó para que así lo aceptara, en el silencio de su intimidad con el Crucificado y con la Madre Dolorosa.

Fue un niño de gran poder reflexivo y de enorme control de sus emociones, lo que le permitió vivir con alegría cuando le fue posible y sufrir hasta lo indecible con valentía y entrega.

Desde el Cielo él nos mira y sonríe lleno de alegría por haberle dado a Dios la gracia de vivir de manera tan especial; edificante para nosotros y benéfica para quienes necesitaron su sufrimiento inocente y redentor.

Su silenciosa aceptación de la voluntad de Dios hoy se ha trocado en la más feliz y celestial alabanza a Dios Trino que lo tiene en sus brazos.

 

EL “MILAGRO” DE LA VIRGEN DE GUADALUPE

 

La vida de Luisito no se puede entender sin la presencia de la Santísima Virgen  de Guadalupe.

Ella fue su fiel compañera de viaje hacia el Cielo.

TITA, CANTE LAS CANCIONES DE LA VIRGENCITA

 

Al día siguiente de la primera vez que se le diagnosticó la leucemia, su tío, el Padre Javier, salía hacia México por un mes a recibir un curso de misionología. La primera reacción del Padre fue suspender el viaje ya que los médicos creían que el niño no iba a resistir ni los primeros quince días de tratamiento. El papá del Padre y abuelo del niño le dijo: “Padre, confiemos en Dios, vaya a México, recuerde que allí está la Sagrada Imagen de la Virgen de Guadalupe, ella es la Virgen de las rosas, rece en su “Casa” por todos y mándenos un pétalo de rosa del santuario si puede”. El Padre Javier realizó entonces el viaje poniendo todo en las manos de la Virgencita. El mismo día, ya en la ciudad de México y apenas dejadas las valijas en el lugar de hospedaje, acompañado por el sacerdote Javier Muñoz Quesada, fueron inmediatamente a visitar la Imagen de la Morenita. Cuenta el Padre que fue impresionante llegar a aquel recinto bendito con la presencia viva de la Madre y sobre todo al leer aquellas palabras que la Virgen le dirigió un día al Beato Juan Diego y que ahora dirige de igual manera a todo el que llega buscando su socorro: “NO TE AFLIJA COSA ALGUNA, ¿NO SOY YO TU MADRE? ¿ACASO NO TE BASTA CON ESTAR EN MI REGAZO?”.

En las palabras de la Virgen estaba todo dicho, ella estaba diciéndoles más de lo que le pedían; la seguridad y la firmeza de la fe brotó en sus corazones, pero no por eso iban a dejar el asunto de llevar un pétalo de rosa a la casa. Iniciaron los dos sacerdotes la búsqueda de un simple pétalo de flor. Resulta casi  increíble que en una Basílica que permanece llena de flores por todas partes, no pudieran conseguir el pétalo. Al subir a la Capilla del Cerrito, entraron y vieron a un sacerdote dando la bendición a los fieles con agua bendita que asperjaba con una rosa. El Padre Javier Dengo no dándose por vencido dijo al compañero sacerdote: “mañana vuelvo, seguramente este padrecito vive por aquí, a él le pediré el pétalo de rosa; y así lo hizo, al día siguiente volvió al lugar y tocando una puerta que está a un lado de la Capilla del Cerrito, se encontró con que por allí no vivía ningún sacerdote y que más bien esa Capilla era custodiada por un grupo de monjas de clausura, Carmelitas Descalzas. Al ser entrevistado por ellas, el Padre contó lo que vivía por la pena de la enfermedad de su sobrinito, la esperanza que encontraba en la Virgen y la búsqueda del pétalo de rosa. Las monjitas le animaron a la confianza en Dios y se ofrecieron no solo para conseguirle pétalos del rosal interno y privado del mismo lugar donde la Virgen se le apareció a Juan Diego y que todavía se conserva, sino, que ellas mismas se convertirían en rosas vivas de oración e intercesión y así fue. Allí nació una santa amistad, tan profunda y grande como profundo y grande es Dios y no solo con el Padre sino con toda la familia a través de cartas y llamadas telefónicas, a tal punto que el mismo Luisito aprendió a amar a sus “tronjitas” como él las llamaba con cariño por no decirles “monjitas”. Feliz se ponía Luisito cuando las Monjitas le enviaban estampitas de la Virgen, escapularios y por supuesto dulces y confites.

Otro dato importante es que animado por las Madres Carmelitas el Padre se dirigió a la sacristía de la Basílica para pedir le permitieran celebrar la Santa Misa. Según cuentan otros sacerdotes, siempre hay que hacer fila para poder celebrar en alguno de los altares menores, o por lo menos concelebrar con un grupo de sacerdotes. Si esto es cierto entonces allí se prodigó otro regalo de la Virgen, porque a la petición de celebrar la Misa la respuesta de parte del encargado fue: “venga mañana a las 10 de la mañana”, y al otro día el Padre estaba presidiendo completamente solo y en el altar mayor a los pies de la Sagrada Imagen el Misterio de la Eucaristía.

Al cumplirse el mes de estadía en México, el Padre regresó, Luisito estaba allí, lo recibió en la puerta de su casa e inmediatamente le dieron a beber en agua los benditos pétalos y el resultado fue al día siguiente cuando los médicos asombrados lo declaraban como consta en una grabación que el niño era curado. La Virgen había hecho el milagro, le devuelve la salud por un tiempo para que continúe su  misión: tenía que  alcanzar la madurez y la inteligencia necesaria para que con la fe que le supieron transmitir y la guía sabia de sus familiares, pudiera hacer de su vida marcada siempre por el  dolor un acto digno y sublime de ofrecimiento a Dios por la salvación de las almas y de los sacerdotes. Sí, tenía que ser preparado no solo para entrar al Cielo como un verdadero “santo” sino para llevar con él a gozar de Dios por la eternidad a muchos otros, y uno de ellos: su mismo papá.

No se puede entender la vida de Luis Diego sin la presencia de la Virgen de Guadalupe y tampoco sin las “Tronjitas queridas de México”.

 

OBEDIENCIA A LOS MANDAMIENTOS DE DIOS Y DE LA IGLESIA

Con gran alegría le contaba a su tío sacerdote:
PADRE, YA HICE LA PRIMERA CONFESIÓN”.
MI MAMÁ YA ME ESTÁ COMPRANDO LAS COSAS PARA MI PRIMERA COMUNIÓN”.

Su Primera Comunión la recibió plenamente en el Cielo.  

 

Amó a Dios y lo amó de verdad y su corta vida, en todas sus manifestaciones, fue expresión nítida de este amor. Basta, a lo largo de esta semblanza, conocer los aspectos fundamentales que caracterizaron su corta existencia para comprender y admirar su amor a Dios y a la Santísima Virgen María. Cumplió plenamente el principal mandamiento del Señor  de amar a Dios y al prójimo como a sí mismo. A Dios lo amó sometiéndose totalmente al cumplimiento de la voluntad divina aceptando con sumisión, sin queja ni rechazo, el sufrimiento y el dolor que caracterizó la mayor parte de su vida. Al prójimo lo amó regalándole a quienes lo rodeaban –familiares, amigos, compañeros, educadores y vecinos- la bondad y la ternura de su corazón en sus múltiples manifestaciones y, de manera muy especial ofreciendo sus sufrimientos y dolores por la conversión y salvación de los pecadores y la santificación de los sacerdotes. Se amó a sí mismo, conservando en su ser, durante toda su vida, la gracia divina recibida en el bautismo, siendo siempre templo vivo del Espíritu Santo.

Con cuánto gozo santificó siempre el día del Señor asistiendo y participando con agrado y devoción en las Misas dominicales. Llamó siempre la atención el hecho de que, desde muy pequeño, mientras los demás niños corrían de un lado para otro durante las celebraciones eucarísticas, él permanecía en su lugar, escuchando y observando lo que el sacerdote decía y hacía. De igual manera, con mucha devoción y cariño, siempre hizo sus oraciones de la mañana y de la noche. Cuando se le pedía que presentara en su oración una intención particular ponía especial cuidado y manifestaba una gran confianza en que se recibiría lo que pedía. Es de notar también que Luis Diego llevó toda su vida, colgado a su cuello con gran cariño el Santo Escapulario de la Virgen del Carmen y con él murió.

Amó y respetó de manera muy especial a su padre sanguíneo, a sus abuelos paternos (padres adoptivos) y a su tía Inés María, a quien consideró su verdadera madre y a quien hizo objeto de sus más puros afectos y de su filial amor. La obediencia, el respeto y la amabilidad caracterizaron su relación con las personas de mayor edad.

Fue siempre respetuoso de los bienes ajenos, los que cuidaba con celo y devolvía con prontitud a sus dueños, cuando se los prestaban. Poseía, además, un innato respeto al derecho a la vida que lo inducía a no darle muerte a los animales, afligiéndose cuando esto ocurría.

Su edad y su inteligencia le permitieron ser consciente del valor de lo bueno y de lo malo; y sin dejar de ser un niño normal, su clara disposición a ser obediente y su conocimiento de los deberes de un cristiano y sobre todo el no querer ofender a Dios y a sus seres amados, lo guardó de caer en algún pecado.

Resumiendo, se puede afirmar que dentro de lo que fue posible en su corta existencia, Luis Diego fue cumplido en su obediencia a los mandamientos de Dios y de la Iglesia.

SU APOSTOLADO

PARA MI PAPITO CON AMOR: LUISITO

Cuando un niño es llevado al Cielo con frecuencia la gente, comparando su fugaz existencia con la de otras personas que por vivir muchos años, aparentemente sí han logrado plena realización en sus vidas, se pregunta: ¿cuál fue el sentido y trascendencia de la vida de este niño? ¿qué importancia tuvo el haber nacido?

Todas las personas nacen con una misión que cumplir en el plazo que Dios le conceda, sea éste corto o largo. A Luis Diego le concedió solamente nueve años y tres meses, el tiempo justo para convertirse en una persona consciente de la “Verdad” y movido por ella, llevar a cabo su misión. Gracias a su edad y a su inteligencia tuvo conciencia del valor de lo bueno y de lo malo y sin dejar de ser un niño que ante los ojos del mundo pasa desapercibidamente, su disposición a la obediencia y su conocimiento de los deberes de un cristiano y sobre todo por su afán de no ofender a Dios ni a sus seres amados, el Señor lo guardó de caer en algún pecado que le hiciera perder su gracia bautismal, que conservó hasta el momento de partir hacia el Cielo y le permitió entregarse totalmente a la misión que el Altísimo le tenía confiada. Y ¿cuál fue ésta? Se dice en páginas anteriores que a Luisito el Señor le asignó la misión de ser apóstol por el dolor y el sufrimiento para la santificación de los sacerdotes. Conforme a los inescrutables designios de Dios no se puede saber cuántas almas recibían o habrán recibido las gracias obtenidas por medio de Luisito a su favor y que operará o habrá operado en ellas un nuevo germinar espiritual de cara a la luz divina, a la luz de la verdad, del bien y de la felicidad.

La misión encomendada por Dios a Luis Diego fue esa: que en su corta infancia le ofrendara el dolor y el sufrimiento que desde muy niño marcarían su existencia por la salvación y santificación de las almas, misión que este niño ya con la conciencia, lucidez y libertad propia de sus nueve años, la realizó para la gloria de Dios.

Pero además, hay en la vida de Luisito  una acción concreta que, por sí sola, podría explicar el sentido y la trascendencia existencial de este niño: la salvación de su papá.

De corta existencia, pues murió a la edad de 34 años, el papá de Luisito fue un joven esbelto, jovial e inteligente, muy gustado por las mujeres. Esto último unido a un temperamento festivo lo condujeron a iniciarse en la vida bohemia y alejarse de Dios. Sin embargo Dios no se alejó de él como no lo hizo cuando, al nacer por cesárea, los médicos le dieron setenta y dos horas de vida por haber absorbido el líquido amniótico produciéndole una atelectasia pulmonar o cuando, ya adulto, estando de fiesta con sus amigos, tuvo un problema supuestamente cardíaco que le obligó permanecer varias horas en observación hospitalaria y a raíz del cual reaccionó con decisión dejando definitivamente el licor y el cigarro. Poco tiempo después contrajo matrimonio, del que nació Luis Diego.

A partir de su nacimiento, Luis Diego se constituyó en faro de esperanza para su papá y en el centro de atracción de las ilusiones, desvelos y esfuerzos paternales, acentuándose al máximo al declarársele al niño la leucemia en 1990, momento en el cual se inicia una relación paterno-filial realmente entrañable.

Si bien el cambio operado positivamente en la vida del papá de Luis Diego fue definitivo hasta su muerte, lamentablemente en su relación con Dios el cambio tomó un giro equivocado cuando quiso confundirse con las primeras manifestaciones en nuestro país de las teorías erróneas de la “Nueva Era”. Y es precisamente en el enderezamiento de ese rumbo equivocado en el que manifiesta la silenciosa e imperceptible acción apostólica de Luisito, realizada por su medio por la poderosa mano del Señor y dirigida a la salvación del alma de aquel padre tan abnegadamente entregado al cuidado y formación de su hijo.

En efecto, en el silencio de la inocencia de aquel niño fue el Señor tejiendo la trama con la que, cual red salvadora, rescataría para sí eternamente el alma de su padre. no de otra manera se pueden explicar los diferentes episodios que caracterizaron la vida de estos dos seres, los que bien vale la pena puntualizar:

   En sus insondables designios Dios permite que la leucemia se manifieste en Luisito para reforzar al máximo los paternales lazos que unían a aquel joven papá con su hijo, lo que, en efecto, ocurrió, pues a partir de ese doloroso momento su vida gira incesantemente alrededor de aquel niño prodigándole sus más tiernos y eficaces cuidados. Con esto, Dios establece la necesaria estructura afectiva entre esos dos seres para realizar sus divinos planes.

   Aquel niño que ingresó al Hospital Nacional de Niños con los más oscuros pronósticos médicos, en pocos días  egresa de aquel nosocomio con la descompensación sanguínea y orgánica normalizada. El caso fue considerado milagroso pero el impacto de aquella notable recuperación fue más milagroso  aún para su papá en lo que al despertar de su fe se refiere. No otra cosa puede deducirse de su decisión de llevar a Luisito a la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, en Cartago, para postrarse agradecidos a los pies de la Virgen María, además de obsequiar su imagen para que fuera colocada en la capilla de aquel hospital. Aunque todavía no se daba el acercamiento definitivo con Dios, ya en el horizonte de la vida de aquel hombre empezaba a despuntar la tenue luz del amanecer de la fe.

    No obstante la recuperación de los niveles funcionales lograda en el organismo de Luisito, la lógica y la responsabilidad médicas obligaban a un tratamiento quimio y radioterapéutico prolongado e intensivo. Por tal razón, con una periodicidad decreciente según las indicaciones médicas, ininterrumpidamente por más de dos años padre e hijo concurrieron puntualmente a las citas. Fue este un largo período terriblemente doloroso y triste para el niño por las punciones lumbares y óseas y las tomas de vías intravenosas que le practicaban y especialmente por los efectos de la quimioterapia, como ya se había mencionado antes. También lo fue para el padre por la angustia y el sufrimiento que todo esto le producía a su espíritu paternal. Pero Dios continuaba tejiendo la red salvadora colocando a este padre en el camino del dolor y del sufrimiento para que- siendo este el camino redentor transitado por Jesucristo- poco a poco la savia de la gracia divina comenzara a correr por todo su ser.  

   Transcurrido el tiempo de tratamiento ambulatorio y habiéndose mantenido siempre inalterable el estado normal de la salud de Luisito, se le suspendió la medicación teniendo únicamente que presentarse a controles periódicos. Sin embargo, fundamentado en la seria advertencia médica de que Luisito sería de por vida una persona de alto riesgo, es decir, que en cualquier momento podría manifestársele de nuevo tan temible enfermedad, su padre asumió siempre una actitud de confiada y responsable vigilancia, manteniéndose así inalterada la estrecha y ejemplar relación que unía a ambos. Por otro lado, para que aquella responsable vigilancia del estado de salud del niño no cayera en la temerosa, pesimista y enfermiza actitud en quienes convivían con Luisito, quiso el Señor enriquecer la existencia del niño, hasta su recaída cinco años después, con un desarrollo físico, mental, emocional y espiritual de especial calidad, razón por la que su padre comenzó a forjarse las más preciadas ilusiones en relación con el futuro de su hijo, sembrando así el camino de sus existencias con variados y maravillosos proyectos para la mutua realización. Sin embargo, Dios tenía para ellos un proyecto diametralmente opuestos: el pronto regreso de ambos a su divino regazo.

    En efecto, cuando todo parecía indicar que el papá de Luisito gozaba de buena salud, con un inesperado y fortísimo dolor de cabeza se le manifestó un tumor cerebral maligno y de gran agresividad que, nueve meses después, le ocasionaría la muerte. Es precisamente este período de la enfermedad de su padre en la que Luisito, con la ofrenda a Dios de su infantil sufrimiento y de sus oraciones, se constituirá en el silencioso apóstol que obtendrá del Señor la salvación del alma de su papito, como siempre cariñosamente le llamaba. Esta infantil y santa labor alcanzó los tonos más elevados a partir del momento en que su sufrimiento se intensifica hasta niveles casi insoportables para aquella tierna alma al sufrir la dolorosa y triste experiencia de la partida de su lado de su papá hacia Estados Unidos de América para someterse, durante dos meses, a un tratamiento radiológico. Con la guía de su tía y mamá adoptiva, Inés María, supo ofrecer todo su dolor, todo su sufrimiento y todas sus oraciones a Dios por la curación de la enfermedad y la salvación del alma de su padre. Y Dios lo escuchó pero solo en la segunda de sus peticiones: la salvación del alma de su papá. ¡Cómo sería la devoción, el fervor y la fe con que aquel niño rogaría por la salud corporal y espiritual de su padre, que Dios no pudo contener el amor que a raudales se le escapaba de su corazón en beneficio de aquel hombre! Fue así como, mientras la ciencia médica fallaba en sus esfuerzos por devolverle la salud corporal, la misericordia divina realizaba la curación del alma de aquella persona doblemente enferma. Para quienes convivían en Estados Unidos con el papá de Luisito imperceptible fue la acción divina que se iba operando en aquella persona doblemente enferma, pues en ningún momento manifestó cambios en su manera de pensar y actuar respecto a los asuntos espirituales y a las prácticas religiosas y sin embargo, Dios silenciosamente estaba actuando en lo más profundo de su ser, acción que sí se manifestó al regreso a Costa Rica cuando lo primero que hizo, al llegar a la casa, fue a buscar a su hermano sacerdote para confesar sus pecados y obtener de Dios el perdón; manifestando un sincero y profundo arrepentimiento y la sumisión absoluta a la fe de la única y Santa Iglesia Católica. A partir de este momento hasta su muerte conservó, acrecentó y fortaleció su amistad con Jesús recibiéndolo frecuentemente en su corazón sacramentalmente. Excepto el último mes de vida en el que tuvo que permanecer en la cama, siempre recibió a Jesús Sacramentado en pie. Cuán maravillosos fueron esos momentos, dignos de reproducirse pictóricamente en una bella y original estampa religiosa por la sublimidad de la escena y por las ejemplares enseñanzas que de ella derivarían principalmente para los padres de familia. ¿Por qué? Vale la pena explicarlo. Al llegar a la casa la Hostia Sagrada llevada por un Ministro Extraordinario de la Comunión con silencioso respeto los recibían el papá y el hijo y luego se ubicaban en frente de la mesa especialmente arreglada para la ceremonia, él erguido y Luisito recostado  contra sus piernas y tratando de hacerse uno con el niño en aquel sagrado momento eucarístico, le cruzaba sus brazos sobre el pecho. En esta posición participaba del acto y en el momento de sentir depositado en su lengua el Cuerpo de Jesús, con un recogimiento que no se puede explicar, cerraba sus ojos y en todo su semblante se denotaba la más íntima y sublime unión que estaba experimentando con aquellos dos seres tan amados: con Jesús y con su hijo.  En aquellos minutos de recogimiento realmente se palpaba la más trascendental entrega entre estos tres seres: Jesús que se entregaba a aquel padre; este que con inmenso amor lo recibe al tiempo que con amorosa delicadeza lo entrega al hijo como fuente de gracia y armadura de defensa para su futura vida de huérfano. El Ministro de la Comunión testigo de estos momentos da fe de lo dicho y afirma que nunca ha vivido experiencias eucarísticas tan singulares como estas en las que de manera tan real se percibía esa triple entrega y posesión mutuas que se daban entre Jesús, el padre y el hijo y que se manifestaba por la transformación del semblante y el recogimiento profundo que experimentaba el papá de Luisito.

   Es importante destacar aquí para mejor comprender esa actitud del padre para con su hijo en el momento de la Sagrada Comunión, actitud de auténtica oración, el hecho de que su mayor preocupación, según lo expresó en una única ocasión, radicaba en la gravedad del tiempo histórico en el que le correspondería vivir a Luisito, caracterizado por la violencia, el odio, el egoísmo, la corrupción, etc. producto de la ausencia de los más elevados valores que siempre habían regulado la convivencia humana. Lo anterior podría explicar la actitud de fervoroso recogimiento que asumía el padre al comulgar unido a su hijo si se piensa que en aquel sagrado momento recibía a Jesús para su provecho espiritual y también, por su proceso de cristificación, para la protección y santificación de su hijo. De esta manera, al ser el padre el que ahora ruega por su hijo se invierte el proceso de la oración y con ello Dios comienza ya a dar las puntadas finales a la red que con tanto esmero ha venido tejiendo con los delicados hilos de su amor.

   Hay otro importantísimo aspecto en el que visiblemente se manifestó la obra de Dios en la conversión de aquel papá gracias a la ofrenda que Luisito le hizo de sus sufrimientos y oraciones: la forma tan cristiana como aceptó y sobrellevó la enfermedad y recibió a la muerte, porque este enfermo no sólo aceptó la voluntad de Dios sino que, con abnegación total, se abandonó a ella. En ningún momento y por ninguna circunstancia, por más dolorosa, angustiante o triste que fuere, sin quejas, sin reproches, sin sollozos ni expresiones lastimeras, desde el principio aceptó la enfermedad con entereza, valentía y total sumisión a la voluntad divina. Con la serenidad de las almas poseídas por Dios se desprendió de todo, hasta de lo que más amaba en la vida, su hijo, centro y objeto de las delicias de su corazón. Su abandono a la voluntad de Dios lo hizo totalmente libre de las ataduras que lo apegaban al mundo y a la carne y totalmente vacío su espíritu de apetitos, vicios, pasiones, odios, rencores y resentimientos, ofreciéndose a Dios como espacio libre y vacío para que fuera ocupado por Él. Todo esto fue posible porque el papá de Luisito supo, en sus últimos meses de vida terrenal, vivir plenamente el espíritu de la pobreza evangélica, gracias a lo cual recibió la gracia de presentarse vacío y pobre ante la presencia de Dios para ser llenado y enriquecido por su Creador. Y para que no existieran dudas sobre su conversión, Dios le concedió el privilegio de ver y de comunicárselo a su mamá, al  Ángel de la Guarda al lado de su cama. Dos días después, plácidamente entregó su alma al Señor, quien recogiéndola en la red que había tejido con su amor la condujo hasta el Reino Celestial.

   Bastaría con este singular y clarísimo caso de conversión y de salvación para comprender y valorar en toda su dimensión y profundidad la misión para la que Dios creó y trajo al mundo al niño Luis Diego, pero necesario es recordar, como se explicó al inicio de esta semblanza, que esta misión tenía proyecciones más grandes conforme a los planes divinos, razón por la que, al recaer en su grave y mortal enfermedad, Dios nuevamente le concede al niño la oportunidad para que, ahora con la libertad y la claridad de conciencia propias de su edad de nueve años, le ofreciese los sufrimientos que iba a padecer y sus oraciones por la conversión y salvación  de los pecadores en general y, particularmente, por la santificación, la fidelidad a Jesús y la eficacia apostólica de todos los sacerdotes.

   De esta manera y no obstante haber partido hacia el Cielo a los nueve años de edad, Luis Diego Dengo Esquivel, el niño milagro como lo llamaban en el Hospital de Niños, cumplió cabalmente y con creces la misión que Dios le tenía encomendada. ¡Gloria al Señor, Dios Uno y Trino!.

 

“AQUÍ QUEDAN USTEDES, POR UN POCO MÁS DE TIEMPO. YO HE SALIDO YA DE ESTA VIDA Y LES HE ENSEÑADO CÚAL ES SU SENTIDO Y CÚAL EL CAMINO PARA POSEER SU PLENITUD, ME HE IDO A LA GLORIA Y AL GOZO DE NUESTRO PADRE CELESTIAL; VIVO JUNTO A LA VIRGENCITA QUE TANTO AMÉ Y AMO.

QUE MI SACRIFICIO, TANTO DOLOR QUE ASUMÍ EN ESTA TIERRA NO SE PIERDA EN EL TIEMPO.

A USTEDES A QUENES TANTOAMO, LES PIDO: PONGAN SU MENTE, SU CORAZÓN Y TODO SU SER EN LAS COSAS DE ACÁ ARRIBA, NO EN LAS DE LA TIERRA, SEAN FIELES A DIOS Y A LA IGLESIA, MINUCIOSAMENTE FIELES; ABRACEN LA CRUZ COMO LA ABRAZÓ PAPITO Y COMO LA ABRACÉ YO. VIVAN DE MODO QUE LO QUE YO SUFRÍ TENGA SIEMPRE SENTIDO. AQUÍ LOS ESPERO, EN LA FELICIDAD DE LA VIDA ETERNA. NO TENGAN MIEDO, TODO PASA Y EN ESTE LUGAR DE BELLEZA INFINITA  SE DARÁ NUESTRO DEFINITIVO ENCUENTRO, CUANDO TODOS VOLVAMOS A VERNOS Y A REUNIRNOS EN UN INFINITO ABRAZO EN EL CORAZÓN MISERICODIOSO DE LA TRINIDAD BEATÍSIMA.

LOS AMO

LUISITO"

 

 

PRESENTACIÓN

 

“LA ANCIANIDAD VENERABLE NO ES LA DE LOS MUCHOS DÍAS NI SE MIDE POR EL NÚMERO DE AÑOS; LA VERDADERA MADUREZ PARA EL HOMBRE ES LA PRUDENCIA, Y LA EDAD DE RESPETO, UNA VIDA INMACULADA.

A CIERTAS PERSONAS LAS LLEVÓ EL SEÑOR MUY JÓVENES A LA ETERNIDAD PARA LIBRARLAS DE LOS PELIGROS DEL MUNDO.

AGRADÓ A DIOS, FUE AMADO, Y COMO VIVÍA ENTRE PECADORES, FUE LLEVADO AL CIELO. FUE ARREBATADO PARA QUE LA MALDAD NO PERVIRTIERA SU INTELIGENCIA O EL ENGAÑO SEDUJERA SU ALMA; PUES LA FACINACIÓN DEL MAL EMPAÑA EL BIEN Y LOS VAIVENES DE LA CONCUPISCENCIA CORROMPEN EL ESPÍRITU INGENUO.

ALCANZANDO EN POCOS AÑOS LA PERFECCIÓN, LLENÓ LARGOS AÑOS.

SU ALMA ERA DEL AGRADO DEL SEÑOR, POR ESO SE APRESURÓ A SACARLE DE ENTRE LA MALDAD.

LO VEN LAS GENTES Y NO COMPRENDEN, NI CAEN EN CUENTA QUE LA GRACIA Y LA MISERICORDIA SON PARA SUS ELEGIDOS Y

SU VISITA PARA SUS SANTOS”.

Sabiduría 4

 

“En 1997 la enfermedad, el dolor y la muerte de dos niños, uno hijo de feligreses de la Parroquia de Tilarán, José Andrés Bastos Chaverri, y el otro, Luis Diego Dengo Esquivel, motivó que se formaran espontáneamente dos grupos de oración de laicos. Orábamos por sus respectivas sanaciones, pero Dios en su infinita e insondable sabiduría tubo otro plan: que su dolor  fuera germen de una obra nueva para su gloria y para el bien de la Iglesia”.

 

Obtenida la aprobación oficial y definitiva de la Iglesia Diocesana a través de un decreto emitido y firmado por el Señor Obispo, de nuestra Asociación Carmelitana Teresiana de la Divina Misericordia, contemplamos con mayor claridad cuán fecundo fue el sacrificio de estos dos inocentes y cuán  beneficioso puede resultar para nosotros conocer un poco de la vida de ellos.

Hoy pongo en sus manos el tesoro de lo que fue en esta tierra el paso dulcísimo de Luis Diego, esperando que en la lectura de su vida se pueda comprender mejor nuestro carisma y finalidad como Instituto de la Iglesia consagrado a la salvación de las almas y especialmente de sacerdotes, a través del obsequio de nuestras vidas al Señor como “almas víctimas”.

 

Pbro. Javier Francisco Dengo E.

 

Publicado por Sistemas Edenia Internacional - Costa Rica