María Isabel Catez es la Beata
Isabel de la Trinidad, nació en Bourges, Francia, el 18 de Julio de 1880.
No había cumplido aún 14 años, cuando escogió a Cristo por único
Esposo. Ya desde niña tenía una gran piedad. Estudió piano y obtuvo
muchos premios, y tuvo varias oportunidades para casarse, pero más tarde
escribirá: "Mientras bailaba como las demás y tocaba piano, mi
corazón estaba entero en el Carmelo que me llamaba". A la edad de 21
años Isabel tomó los hábitos del Carmelo en 1901. Sufrió una
enfermedad dolorosa y terrible. El 9 de Noviembre de 1906 se cumplió su
deseo: "Jesús, mi alma te busca, quiero ser pronto tu esposa.
Contigo quiero sufrir, y para encontrarte quiero morir".
El Papa Juan Pablo II la beatificó el 25 de Noviembre de 1984.
Pensamientos de Sor Isabel
de la Trinidad
Vivamos con Dios como con
un amigo, tengamos una fe viva para estar en todo unidos a Dios (H, 576).
Dios en mí, yo en Él, he
ahí mi vida... ¡Oh Jesús, haz que nada pueda distraerme de ti, ni las
preocupaciones, ni las alegrías, ni los sufrimientos, que mi vida sea una
oración continua (T, 10).
El Amor habita en
nosotros, por ello mi vida es la amistad con los Huéspedes que habitan en
mi alma, éstos son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (T, 10).
Que mi vida sea una
alabanza de gloria para las tres divinas Personas (cfr. T, 11).
Anhelo llegar al cielo, no
solamente pura como ángel, sino transformada en Jesucristo crucificado
(T, 12).
La adoración es un
silencio profundo y solemne en que se abisma el que adora, confesando el
todo del Dios Uno y Trino, y la pequeñez de la creatura (cfr. T, 26).
Nuestra adoración debe
unirse a la otra adoración más perfecta: la adoración de Jesucristo,
quien adora a Dios Padre en el Espíritu Santo, quien se ofrece como
hostia viva (cfr. T, 27).
Oh, Dios mío, Trinidad a
quien adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para vivir en
ti (cfr. T, 28).
Te adoro Padre fecundo, te
adoro Hijo que nos ayudas a ser hijos del Padre, te adoro Santo Espíritu
que sales del Padre y del Hijo (cfr. T, 52).
Morir a mí misma en cada
instante, para vivir plenemente en Cristo (cfr. T, 68-69).
¡Oh Dios mío, apacigua
mi espíritu, apacigua mis sentidos exteriores (cfr. T, 72).
Mi alma se alegra en Dios,
de Él espero mi liberación (cfr. T, 79).
Quiero ser una morada de
Dios buscando que mi corazón viva en la Trinidad... Un alma en estado de
gracia es una casa de Dios, en donde habita Dios mismo, el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo (cfr. T, 80).
Oh Trinidad amada tú
habitas en mi alma, y yo lo he ignorado (cfr. T, 83).
Todo pasa. En la tarde
la vida, sólo el amor permanece... Es necesario hacerlo todo por
amor. Es necesario olviarse de uno para vivir en Dios (cfr. T, 126).
El Señor está en mí y
yo en Él, mi vida en el tiempo no es otra que amarle y dejarme amar;
despertar en el Amor, moverme en el Amor, dormirme en el Amor (cfr. T,
126).
El Señor nos invita a
permanecer en Él, orar en Él, adorar en Él, amar en Él, trabajar en Él,
vivir en Él (cfr. T, 137).
No debemos detenernos ante
la cruz, sino acogerla con fe y descubrir que es el medio que nos acerca
al Amor divino (cfr. T, 206).
He encontrado el cielo en
la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma (cfr. T, 206).
ELEVACIÓN
A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
“Oh
Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente
de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquilo, como si ya
mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz,
ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me
sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Pacifica
mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu
descanso. Que en ella nunca te deje solo, sino que esté ahí con
todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante, totalmente
entregado a tu acción creadora.
Oh
mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser, en mi alma,
una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera
amarte..., hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia: te pido
ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada movimiento
de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido
por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven
a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
Oh
Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote,
quiero volverme totalmente dócil, para aprenderlo todo de Ti.
Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos,
de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y
morar en tu inmensa luz.
Oh
Astro mío querido, fascíname, para que ya no pueda salir de tu
esplendor.
Oh
Fuego abrazador, Espíritu de amor, desciende sobre mí, para que
en mi alma se realice como una encarnación del Verbo: que yo sea
para Él como una prolongación de su Humanidad Sacratísima en la
que renueve todo su Misterio.
Y
Tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela
con tu sombra, no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien
tienes todas tus complacencias.
Oh
mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita,
Inmensidad en que me pierdo, me entrego a Vos como una presa.
Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, hasta que vaya a
contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas”
Beata
Isabel de la Trinidad
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